¿Qué pasa cuando no es uno el que manda en sus sentimientos, sino que ellos tienen la capacidad de mover tu vida, controlar tus pasos, actitudes, respuestas, maneras? La respuesta es que la vida, como tal, se torna muy triste. No tener inteligencia emocional es ésto; es caminar por caminar, sentir sin tratar de pensar.
Como estudiantes, lo queramos o no, en algún momento somos víctimas se este síndrome que es como la peor baja de azúcar, porque tu cuerpo ni siquiera trata de defenderse con un desmayo, sino que estás ahí, agonizando poco a poco, hasta que tocas el fondo al que nunca quisiste llegar.
Pero cuando se está en el fondo, es el momento de pensar: "ya no hay más distancia entre el final y donde yo estoy; sólo queda la opción de subir", y es allí cuando renace tu inteligencia emocional.
Inteligencia Emocional es aprender a manejar tus sentimientos, para tu vida, tu salud, tu paz, tu bienestar. Es decir, una materia no puede definir si tu vida será triste o plena, es trabajo tuyo determinar cómo, la misma, puede llegar a ser. Es como cuando eres adolescente y, al crecer, vas superando todo ese "semi-odio" que sientes por tu cuerpo en desarrollo. Siempre lo he dicho: "cuando empezamos a aceptarnos a nosotros mismos, las cosas mejoran". Igual pasa con toda percepción del mundo.
El semestre pasado la pasé muy mal con una materia. Caí en una especie de silenciosa quasi-depresión causada por desilusión propia. Fue como saber que lo tienes en ti, pero decepcionarte de "no ser lo suficiente" para demostrarlo. Un promedio en desventaja fue la gota que derramó mi vaso y, en mi silencio, las vacaciones se hicieron laaargas y dolorosas, como esos momentos en los que tratas de bloquear el dolor, en vano.
Debo confesar que a partir de ese momento comencé a, realmente, admirar la labor de los profesionales de la psicología. Si bien, amigos, amigas, padres y subconsciente (consciente-no-oficial) trataban de explicarme cómo manejar la situación, fue ese hombre el que pudo sintetizar en 1 pregunta; 3 palabras, la reflexión que me llevaría a la superación: "¿A-qué-costo?"..... Entonces lo vi....
-¿A qué costo, Mariel? -Me preguntó una y otra vez.
Yo sólo apretaba mis labios y clamaba por compresión hacia mi casi enfermiza sed de "perfección", que ahora veo hasta ANORMAL.
Él me decía "quieres ser la mejor y para ti un 18 no basta, un 19 tampoco", mientras tanto yo pensaba "¡tampoco es para tanto!". De pronto, cuando iba yo por la primera sílaba del refunfuñante "pe-ro" y con los ojitos aguarapados, me tomó ambas manos y me vio a los ojos.
-¡No puedes seguir así! ¿Estás dispuesta a sacrificar tu vida entera, en algo que te llevará a la frustración? No puedes seguir así, Mariel. -Me decía.
Yo, simplemente, quedaba muda, con un nudo gigantesco en la garganta. Ahí reaccioné. Ese fue el momento en el que me repetí sus primeras palabras: "¿A qué costo, Mariel? "
Salí de ahí pensándolo y, de pronto, fue como un chasquido. Él logró en tres palabras hacerme entender lo que padres y amigos no pudieron: Yo soy mi fuerza. Yo soy quien decide y Yo soy quien debe ser prioridad en mi vida.
Allí fue cuando antendí lo que era la inteligencia emocional.
Como estudiantes, lo queramos o no, en algún momento somos víctimas se este síndrome que es como la peor baja de azúcar, porque tu cuerpo ni siquiera trata de defenderse con un desmayo, sino que estás ahí, agonizando poco a poco, hasta que tocas el fondo al que nunca quisiste llegar.
Pero cuando se está en el fondo, es el momento de pensar: "ya no hay más distancia entre el final y donde yo estoy; sólo queda la opción de subir", y es allí cuando renace tu inteligencia emocional.
Inteligencia Emocional es aprender a manejar tus sentimientos, para tu vida, tu salud, tu paz, tu bienestar. Es decir, una materia no puede definir si tu vida será triste o plena, es trabajo tuyo determinar cómo, la misma, puede llegar a ser. Es como cuando eres adolescente y, al crecer, vas superando todo ese "semi-odio" que sientes por tu cuerpo en desarrollo. Siempre lo he dicho: "cuando empezamos a aceptarnos a nosotros mismos, las cosas mejoran". Igual pasa con toda percepción del mundo.
El semestre pasado la pasé muy mal con una materia. Caí en una especie de silenciosa quasi-depresión causada por desilusión propia. Fue como saber que lo tienes en ti, pero decepcionarte de "no ser lo suficiente" para demostrarlo. Un promedio en desventaja fue la gota que derramó mi vaso y, en mi silencio, las vacaciones se hicieron laaargas y dolorosas, como esos momentos en los que tratas de bloquear el dolor, en vano.
Debo confesar que a partir de ese momento comencé a, realmente, admirar la labor de los profesionales de la psicología. Si bien, amigos, amigas, padres y subconsciente (consciente-no-oficial) trataban de explicarme cómo manejar la situación, fue ese hombre el que pudo sintetizar en 1 pregunta; 3 palabras, la reflexión que me llevaría a la superación: "¿A-qué-costo?"..... Entonces lo vi....
-¿A qué costo, Mariel? -Me preguntó una y otra vez.
Yo sólo apretaba mis labios y clamaba por compresión hacia mi casi enfermiza sed de "perfección", que ahora veo hasta ANORMAL.
Él me decía "quieres ser la mejor y para ti un 18 no basta, un 19 tampoco", mientras tanto yo pensaba "¡tampoco es para tanto!". De pronto, cuando iba yo por la primera sílaba del refunfuñante "pe-ro" y con los ojitos aguarapados, me tomó ambas manos y me vio a los ojos.
-¡No puedes seguir así! ¿Estás dispuesta a sacrificar tu vida entera, en algo que te llevará a la frustración? No puedes seguir así, Mariel. -Me decía.
Yo, simplemente, quedaba muda, con un nudo gigantesco en la garganta. Ahí reaccioné. Ese fue el momento en el que me repetí sus primeras palabras: "¿A qué costo, Mariel? "
Salí de ahí pensándolo y, de pronto, fue como un chasquido. Él logró en tres palabras hacerme entender lo que padres y amigos no pudieron: Yo soy mi fuerza. Yo soy quien decide y Yo soy quien debe ser prioridad en mi vida.
Allí fue cuando antendí lo que era la inteligencia emocional.